The life color fernet
Viví en Corrientes capital aproximadamente tres años, en ese entonces andaba buscando algo que hacer, y casi siempre las búsquedas sin destino terminan en la facultad de abogacía. Descubrí en esos años que nunca iba a ser abogado, y también descubrí que el tiempo cuando es indeciso se mata mejor con fernet.
Del total de mis anécdotas un porcentaje bastante alto se desprende de esa época.
Chupete, que era dos años mayor que yo, vivía enfrente del río, a dos cuadras del Casino, por lo tanto el departamento ubicado en una de las zonas mas chetas de la ciudad era paso obligado para todos los que nos encontrábamos en calidad de lúmpenes totales.
Chupete vivía con Curelo, un tipo dotado de una suerte única para todo lo que conlleve la palabra azar, ganaba en el casino, ganaba la quiniela, ganaba motos en rifas y con todo esto junto inevitablemente ganaba mujeres. Curelo venía del campo y su acento era lo más escueto que oí en mi vida.
Cada tanto visitaba a sus padres que vivían en el campo y cuando volvía a la ciudad traía algún cordero envuelto en papel de diario. Era un clásico los asados de Chupete enfrente del departamento, ahí nomás, en la costanera, en el medio de todo el caretaje correntino, se bajaban un par de silletas, un tablón una parrilla portátil y Chupete se encargaba del resto.
Un jueves Curelo volvió del campo, y trajo, como casi siempre un pedazo de cordero de unos ocho kilos, listo para ser devorado el sábado al mediodía. Chupete puso manos a la obra y laburó todo el viernes con el adobo, dándole inyecciones de limón en toda la superficie de la carne.
El sábado a la mañana se levantaron con el cuchillo entre los dientes y miraron con asombro como en el lugar de los asados se encontraba un gentío conmocionado por un accidente. Un pibe de no más de 15 años se había ahogado en el río, justo había desaparecido a cinco metros de donde se hacia el fuego. La prefectura, los padres, los tíos, todos estaban en el lugar del accidente y el que más triste estaba era Curelo, ya que el cordero no podía esperar, no había forma de convencerlo, él con su acento típico correntino largaban unos "pero vamo' a hacele’ igual chamigo, que te calienta, si no jodemo’ a nadie, ellos buscan, nosotro' comemo’ ".
Amplias dosis de paciencia tuvieron, hasta que el prefecto de la zona, cayendo el sol en su totalidad decidió posponer la búsqueda para el día siguiente.
Cinco segundos y medio tardaron en armar el fuego, bajar las silletas y armar la mesa, el cordero no podía esperar, ahí nomás a cinco metros del accidente.
La noche cayo, el fernet corría garganta abajo, y el calor correntino incitaba al chapuzón inmediato en el río.
Un fernet, dos, tres, cuatro y Curelo ante la mirada atónita de los comensales presentes pego un clavado perfecto en el Paraná, todos nos quedamos esperando que salga del río, tal vez abrazado al fiambre.
Curelo, que era gordo, de voz aguda, feo y con el pelo largo, salió respirando hondo y mirando la luna dijo algo que nunca más olvide.
"Chupete, si este hijo de puta no sale con este olorcito’ no sale nunca má’ ’’
Del total de mis anécdotas un porcentaje bastante alto se desprende de esa época.
Chupete, que era dos años mayor que yo, vivía enfrente del río, a dos cuadras del Casino, por lo tanto el departamento ubicado en una de las zonas mas chetas de la ciudad era paso obligado para todos los que nos encontrábamos en calidad de lúmpenes totales.
Chupete vivía con Curelo, un tipo dotado de una suerte única para todo lo que conlleve la palabra azar, ganaba en el casino, ganaba la quiniela, ganaba motos en rifas y con todo esto junto inevitablemente ganaba mujeres. Curelo venía del campo y su acento era lo más escueto que oí en mi vida.
Cada tanto visitaba a sus padres que vivían en el campo y cuando volvía a la ciudad traía algún cordero envuelto en papel de diario. Era un clásico los asados de Chupete enfrente del departamento, ahí nomás, en la costanera, en el medio de todo el caretaje correntino, se bajaban un par de silletas, un tablón una parrilla portátil y Chupete se encargaba del resto.
Un jueves Curelo volvió del campo, y trajo, como casi siempre un pedazo de cordero de unos ocho kilos, listo para ser devorado el sábado al mediodía. Chupete puso manos a la obra y laburó todo el viernes con el adobo, dándole inyecciones de limón en toda la superficie de la carne.
El sábado a la mañana se levantaron con el cuchillo entre los dientes y miraron con asombro como en el lugar de los asados se encontraba un gentío conmocionado por un accidente. Un pibe de no más de 15 años se había ahogado en el río, justo había desaparecido a cinco metros de donde se hacia el fuego. La prefectura, los padres, los tíos, todos estaban en el lugar del accidente y el que más triste estaba era Curelo, ya que el cordero no podía esperar, no había forma de convencerlo, él con su acento típico correntino largaban unos "pero vamo' a hacele’ igual chamigo, que te calienta, si no jodemo’ a nadie, ellos buscan, nosotro' comemo’ ".
Amplias dosis de paciencia tuvieron, hasta que el prefecto de la zona, cayendo el sol en su totalidad decidió posponer la búsqueda para el día siguiente.
Cinco segundos y medio tardaron en armar el fuego, bajar las silletas y armar la mesa, el cordero no podía esperar, ahí nomás a cinco metros del accidente.
La noche cayo, el fernet corría garganta abajo, y el calor correntino incitaba al chapuzón inmediato en el río.
Un fernet, dos, tres, cuatro y Curelo ante la mirada atónita de los comensales presentes pego un clavado perfecto en el Paraná, todos nos quedamos esperando que salga del río, tal vez abrazado al fiambre.
Curelo, que era gordo, de voz aguda, feo y con el pelo largo, salió respirando hondo y mirando la luna dijo algo que nunca más olvide.
"Chupete, si este hijo de puta no sale con este olorcito’ no sale nunca má’ ’’