sábado, noviembre 19, 2005

loser day

Generalmente llego de trabajar pasadas las siete y media, a veces antes, a veces después que Virginia. El viernes llegue antes. Meto la llave en la cerradura que nunca se abre de dos vueltas consecutivas, sino de una para adelante, una para atrás y una para el frente.

Entro, enfilo para la pieza me saco la camisa, la tiro en la cama y me voy a la cocina a poner la pava. Enciendo la hornalla, agarro el mate que había quedado con yerba de la mañana y lo vacío con un técnica exquisita teniendo en cuenta que en la bolsa entraba eso y ni una molécula mas de mugre.
Cierro la bolsa, salgo de la cocina abro la puerta que da al pasillo, abro la puerta que da a un segundo pasillo y cuando me agacho para depositar la bolsa empiezo a oír medio con pánico y medio con un “notepuedocreer” el chillido inconfundible de una puerta al cerrarse por el viento.

Creo que, dentro de mis posibilidades elásticas me prolongue tratando a lo Indiana Jones que no se me cerrara la puerta, esto incluye palomita al piso como quien se tira a sacar una pelota del ángulo en el último minuto de juego. Perdí por goleada me quede en cuero, con pantalón y zapatos tirado en el pasillo pensando que tan difícil seria suicidarse ahorcándose con tres bolsas de Coto.

Baje con la gorda del noveno en cueros, salude al portero y a un par más que estaban en el hall y me fui a buscar otro juego de llaves que tiene la madre de Virginia en su casa.
Cuatro cuadras no son muchas para alguien que hasta hace poco caminó más de cien por día, pero caminarlas por plaza flores, con el tiempo bastante fresco,a las ocho de la noche, en cuero, con pantalones y zapatos definitivamente tiene otra onda.